miércoles, 13 de abril de 2011

HUELGA Y EMPLEO


La crisis actual está poniendo de manifiesto nuevamente la debilidad de los trabajadores frente a los avances del capital. Una vez atendidas las necesidades de apuntalamiento del sector bancario en todo el mundo occidental, los desequilibrios de las cuentas públicas, derivados de unas políticas neokeynesianas erróneas y apresuradas, los van a pagar los trabajadores en términos legislativos, en términos de avances sociales y en términos de posición negociadora frente a las empresas. No hay que olvidar que la agenda político-social la están marcando los mercados financieros, los grandes fondos de inversión y las casas de rating.

El trabajo y la empleabilidad han experimentado importantes cambios en los últimos años. Si en el gran periodo de expansión económico-industrial tras la Segunda Guerra Mundial las rentas salariales evolucionaban en los mismos términos que la productividad, en las últimas décadas, precisamente durante la eclosión de la denominada nueva economía, hemos asistido al alejamiento continuado y sistemático de los salarios con respecto a la productividad. Los salarios en las dos últimas décadas se han alejado de las ganancias del capital, apuntando a un fenómeno que algún economista ha denominado como el saqueo de los salarios. El paro, la pérdida de renta de los asalariados y de los pequeños trabajadores autónomos, así como el retroceso del Estado del bienestar, han ido parejos al proceso de financiarización de la economía.

En la actualidad la economía financiera, tomando como referencia la evolución de los principales índices bursátiles, ha batido sobradamente la evolución de la economía real en términos de crecimiento medio anual. La función de producción de la economía financiera es una función exponencial (la del interés compuesto), en tanto que la función de producción de la economía real cada vez es más lineal, por lo que se está produciendo un proceso de fagocitación de ésta por aquélla. La economía financiera en el mundo mueve sesenta veces más recursos que la economía real, y esto está provocando los grandes movimientos migratorios, las elevadas tasas de desocupación, los fenómenos actuales de deslocalización y desterritorialización de la actividad económica, así como la precarización del empleo ante fórmulas como el outsourcing y la subcontratación.

Ante esta situación nos encontramos con instituciones sindicales ancladas en el pasado, buscando más la autolegitimación y autojustificación que la defensa efectiva de los derechos de los trabajadores, y con prácticas de acción sindical que no se adaptan a los cambios que se están produciendo en nuestras sociedades, especialmente en lo relativo al nuevo concepto de trabajo. La baja sindicación y la sobrefinanciación de los sindicatos vía formación ponen en cuestión tanto su representatividad como su independencia. Los sindicatos funcionan muy bien en el ámbito de las reivindicaciones laborales en determinados sectores en los que existe una fuerte presencia de la gran empresa, pero no hay que olvidar que en España la inmensa mayoría de nuestro tejido empresarial lo conforman los autónomos, la microempresa y la pequeña y mediana empresa. Y este planteamiento no es ajeno a la situación de dualización de nuestro mercado de trabajo, en el que, por un lado, existen trabajadores con importantes garantías sociales y salariales, y, por el otro, una inmensa mayoría de trabajadores que viven en situación de precariedad (subempleo, subcontratación, economía informal, desempleo...). Creo que es hora de plantear un nuevo sindicalismo, con un mayor respaldo social, y que sepa interpretar los cambios sociales de nuestro tiempo. Entiendo que la huelga del día 29 no va a suponer ningún cambio en el retroceso de derechos sociales al que estamos existiendo: es preciso innovar en la acción sindical.

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