viernes, 15 de abril de 2011

DEMOCRACIA COMO RESIDUO

El peso de la concepción aristotélica acerca de la democracia como forma de gobierno degenerada nunca dejó de proyectarse a lo largo de la historia del pensamiento político occidental, desde los orígenes hasta muy entrado el siglo XX. A esta concepción degenerada se le unió la propia degeneración de la actividad parlamentaria decimonónica que dio lugar a la institucionalización y socialización de los partidos políticos. La concepción de la democracia de las revoluciones liberales desembocó necesariamente en la democracia formal, y cualquier intento de búsqueda de aspiraciones materiales en el ámbito democrático se ha incardinado en el espacio de la sospecha ideológica y de las sociedades cerradas. El resultado es la frustrante situación de la democracia contemporánea, fruto de la complacencia de los actores políticos, así como de la pasividad y del poco nivel de exigencia de los ciudadanos en materia de valores e instrumentos políticos de participación activa y consciente.
Prácticamente nadie se atreve a discutir el concepto de democracia que hemos construido en los últimos doscientos años. A mi juicio, creo que es debido tanto a la falta de madurez política, que en España se acusa aún más ante el fracaso de la II República y el aletargamiento intelectual que supuso una dictadura brutal y basada en el resentimiento y en pérdida de la memoria histórica, como a la sensación recurrente de conquista precaria del concepto frente a los poderes retardatarios y totalitarios. Es tal la magnitud del agradecimiento histórico por la conquista de la democracia y de la eliminación de cualquier censitarismo formal, que se nos ha creado un profundo complejo de culpa difícil de superar y que nos impide profundizar en el concepto hasta llegar a los valores cívicos republicanos (en el sentido en que los concibe el malentendido y malinterpretado Leo Strauss), los únicos valores que nos permitirán romper con el bloqueo discursivo de la democracia formal.
El problema se agrava aún más cuando en la actualidad, debido a la complejidad de nuestras sociedades y a la interesada especialización, fragmentación y compartimentalización del pensamiento, la democracia se hace aún más formal vaciándose de contenidos. A la perdida de referencia de los valores cívico-republicanos, ahora unimos la absorción de muchos elementos y contenidos discursivos por parte de los sistemas expertos. Una gran parte de los contenidos que presumiblemente iban a centrar el debate político en la utopía discursiva habermasiana se han trasladado fuera del ámbito de la argumentación política hacia los sistemas expertos. Los discursos objetivos, “rigurosos” y complejos se dejan a los sistemas expertos, quedando la democracia como un residuo desde el punto de vista del debate público. En el debate político democrático quedan los argumentos difusos, ambiguos, hiperinterpretables, subjetivos y poco rigurosos, en tanto que los contenidos argumentales rigurosos, “científicos”, se han sacado de la política y se han encerrado en los sistemas expertos. Por eso nos parecen tan estúpidos nuestros políticos.
El futuro no parece muy halagüeño desde el punto de vista democrático. La democracia, en manos de los lobbies y de los sistemas expertos, se convertirá en una frustrante carcasa vacía de todo contenido, en la que sólo se admitirá lo banal, lo topico y lo políticamente correcto.

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