miércoles, 13 de abril de 2011

NEOLIBERALISMO


Los años finales a la década de los ochenta del siglo pasado fueron decisivos para la expansión del neoliberalismo en todo el mundo. Paul Volcker al frente de la Reserva Federal, Ronald Reagan como Presidente de los Estados Unidos, y Margaret Thatcher como Primera Ministra del Reino Unido, sentaron las bases de la economía de oferta, de la desregulación de la actividad financiera y de la fiduciarización de la economía mundial. Esos mismos años, Deng Xiaoping dio los primeros pasos hacia la liberalización de la economía china, e igualmente se sentaron las bases para la revolución económica en la que hoy es la segunda economía del mundo, y que, antes de llegar a la mitad de este siglo, será la primera potencia mundial.

La fiduciarización de la actividad económica ha permitido compensar importantes pérdidas de la actividad productiva, y, debido a su fuerte expansión, lo que le pase a General Motors ya no es tan importante para Estados Unidos como lo que le pase a Wall Street. Los procesos de titulización y securitización, la expansión de los mercados de derivados y la innovación financiera encontraron su caldo de cultivo en esta euforia neoliberal que recibiría el espaldarazo de la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. La pérdida de riqueza de las clases adineradas durante los años setenta vino a apoyar el proyecto neoliberal de principios de los años ochenta. Y a esto contribuyeron los procesos de deslocalización industrial y los procesos migratorios, fenómenos altamente correlacionados.

El consenso generado tras la Segunda Guerra Mundial de buscar un equilibrio entre las rentas del trabajo y las rentas del capital, vinculando los incrementos salariales con los avances de productividad, se rompe con la expansión del neoliberalismo; y las sucesivas burbujas generadas por la liberalización de los movimientos de capital (burbuja bursátil, burbuja tecnológica, burbuja inmobiliaria, burbuja de las materias primas) aumentaron las distancias entre las clases más prósperas y las clases más pobres a partir de la década de los ochenta.

La economía financiera, que ya mueve sesenta veces más recursos que la economía productiva, se rige por curvas exponenciales, en tanto que la actividad económico-industrial se rige por curvas lineales. Esto está provocando una pérdida relativa de renta para los trabajadores que se traduce en una pérdida de capacidad negociadora en la concertación social, en un incremento del desempleo, en una precarización del trabajo y en una reducción sistemática de los salarios en términos reales. Y la situación no parece que vaya a mejorar en las próximas décadas, especialmente debido al mayor peso de los paraísos fiscales y de las restricciones de acceso al crédito por parte de las pequeñas y medianas empresas y por parte de las familias como consecuencia de la generalización de la asimetría de la información y la proliferación del riesgo sistémico.

El futuro de la socialdemocracia pasa por hacer cada vez más fuerte al Estado, en capitalizarlo y en romper los complejos presupuestarios impuestos por la ortodoxia neoliberal. Un Estado fuerte en democracia es la única garantía de asumir un futuro en el que lo que hay que gestionar no es el crecimiento económico, que se verá sometido a importantes restricciones medioambientales, sino en promover políticas de distribución de la riqueza y nuevas fórmulas para gobernanza mundial. Sólo la política puede contrarrestar los procesos de globalización del capital y de fiduciarización del mundo.

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